¿PADRE O ENTRENADOR?
Me siento triste cuando mi padre me regaña después
del partido. Me dice que no he jugado con intensidad, que así no seré nunca un
jugador de Primera División, que fallo en los pases porque me falta
concentración. Y mi madre le apoya. Dice que juego como si no me importara
ganar. También me echan en cara que se gasten dinero en mí y que me dedican
muchas horas llevándome y recogiéndome del fútbol. A mí me gusta jugar al
fútbol, me gusta aprender cosas nuevas, dar un pase de gol, estar con amigos,
ganar, pero tampoco me importa mucho perder, porque eso es lo que nos dice el
míster. Pero últimamente ya no disfruto, vengo a jugar los fines de semana
nervioso, pensando que si no le gusto a mi padre, lo oiré gritar desde la
banda, me dirá que me mueva, que espabile, y a veces me siento tan nervioso que
no sé ni por dónde va el balón. Si vale la pena seguir viniendo cuando ya no
disfruto. Pero si decido no jugar más, también les voy a decepcionar”.
Son muchos los padres y madres que acompañan a sus
hijos a los partidos, competiciones y entrenamientos. Se sientan en la grada,
observan, les dan directrices y se involucran en el deporte de sus hijos como
si ellos fueran los que dirigen. Existen diferentes especímenes de padres y
madres.
Los que asumen papeles positivos. Son aquellos en los que el interés del padre
está en que su hijo disfrute de lo que hace.
Ambrose Bierce
El padre taxista. Acompaña a su hijo, le deja en el
entrenamiento, le recoge. Suele ser un padre al que los deportes le gustan
bastante poco, pero le interesa que su hijo sea feliz.
El padre positivo. Anima, refuerza, se preocupa por cómo han ido
los partidos. Le transmite entusiasmo sin presión. Felicita al chaval por el mero
hecho de jugar y entrenar.
El padre involucrado. Le gusta participar en las decisiones y
propuestas del club. Se interesa por la formación de los chavales o porque el
centro obtenga ingresos. Este tipo de padres son activos en la divulgación de
valores en el club y participan con cualquier acción que pueda mejorarlo.
Existen otros papeles, los negativos. Son aquellos
en los que el comportamiento del padre influye negativamente en su hijo,
generándole presión, exigiendo resultados y poniendo unas expectativas por
encima de lo que el entrenador o el club esperan del niño.
“Lo más importante del deporte no es ganar,
sino participar, porque lo esencial en la vida
no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo”
sino participar, porque lo esencial en la vida
no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo”
El padre pesado. Se pasa todo el día hablando de lo bien que
juega, nada o corre su hijo y de que apunta maneras. No presiona directamente
al niño, pero sin querer le traslada que su valor como chaval está en el juego.
El padre entrenador. Grita directrices desde la banda, corrige a
su hijo cuando se monta en el coche, incluso contradiciendo las indicaciones
del entrenador. Genera confusión en el niño, que por un lado tiene una idea de
juego que el profesional trata de inculcarle, y por otro, la versión de su
padre o madre. En deportes como la natación, este padre está en la grada
paseando de punta a punta de la piscina, cronómetro en mano, midiendo tiempos y
apuntando en una libreta. No es de recibo crear presión en el niño con
distintos mensajes. ¿A quién cree que debería obedecer su hijo?
El padre que se cree Cholo Simeone. Trata de motivar, transmitir garra, le pide
al hijo que se entregue, que se esfuerce, que se deje la piel en la cancha, que
trabaje, que compita como si se le fuera la vida en ello. Pero olvida algo muy
importante: ni su hijo es un jugador de Primera División que tenga que ganarse
la vida jugando ni él es el entrenador del Atlético de Madrid. Solo consigue
que su hijo pierda de vista los valores que le transmite el club, donde
normalmente prevalece la generosidad por encima de la individualidad, disfrutar
y aprender por encima de los resultados, y el juego limpio por encima de
competir a cualquier precio.
El padre que resta en todos los
sentidos. Da gritos desde la grada, desacredita
al míster, le dice a su hijo que no entiende por qué él no juega cuando sus
compañeros son peores que él, se comporta de forma grosera con el rival,
insulta al árbitro y otras impertinencias más. Es el padre del que cualquier
hijo se sentiría avergonzado.
Los motivos por los que los padres pierden los
papeles son diversos. Muchos esperan que sus hijos les saquen de pobres
convirtiéndose en Nadales o Cristianos. Otros desean que su hijo gane todo
porque sus victorias son sus propios éxitos, es la manera de sentirse
orgullosos del chaval y presumir de él delante de sus amigos y en el trabajo.
Otros proyectan la vida que ellos no pudieron tener. Otros no tienen ningún
autocontrol. No lo tienen en el partido de sus hijos, ni cuando conducen, ni
cuando se dirigen a las personas. Y por últimos están los que cruzan los
límites sencillamente porque no tiene consecuencias. Saben que está mal, pero
su mala educación o ausencia de valores les hace comportarse como personas poco
cívicas y desconsideradas.
El valor está en hacer deporte, porque es una
conducta saludable, pero sobre todo en ser capaces de divertirse y relacionarse
con los amigos. Lo demás no importa. Si no le presiona para que se supere con
la consola de videojuegos, ¿por qué lo hace cuando va a los partidos? En el
momento en el que la palabra jugar pierde valor –“jugar al baloncesto”, “jugar
al fútbol”, “jugar al tenis”–, su hijo dejará de disfrutar y no querrá seguir
yendo.
Si es padre o madre, recuerde, por
favor, que es un modelo de conducta para su hijo y para sus compañeros de
equipo. A los hijos les gusta sentirse orgullosos de sus padres y, en cambio,
lo pasan terriblemente mal cuando se les avergüenza. Ser modelo de conducta
conlleva mucha responsabilidad, porque sus hijos copian lo que ven en usted. Y
su forma de comportarse debe ser la ejemplar para que facilite el aprendizaje
de una serie de valores que acompañan al deporte.
Si como padre o madre desea sumar, tenga en cuenta
el siguiente decálogo:
1. Recuerde
el motivo por el que su hijo hace deporte. El principal es porque le gusta.
Existen otros, como practicar una conducta sana, estar con amigos o
socializarse. El objetivo no es ganar.
2. Comparta
los mismos valores que el club. Busque un centro deportivo afín a su filosofía
de vida.
3. No
dé órdenes. Solo apóyele, gane o pierda, juegue bien o cometa errores.
Marr Biondi
4. No
le obligue a entrenar más, ni a hacer ejercicios al margen de sus
entrenamientos. Su hijo no es una estrella, es un niño. Aunque tenga talento,
puede que no quiera elegir el deporte como profesión y solo lo practique por
diversión.
5. No
presione, ni dé directrices, ni grite, ni increpe, ni maldiga; no haga gestos
que demuestren a su hijo que se siente decepcionado por su juego.
6. Respete
a todas las figuras que participan en la comunidad deportiva: entrenador,
árbitros, otros técnicos, jardineros…
7. Controle
sus emociones. No se puede verbalizar todo lo que pasa por la mente. Las
personas educadas no muestran incontinencia verbal.
8. Nunca
hable mal de sus compañeros. Los otros niños forman parte del equipo. El
objetivo grupal siempre está por encima del individual. Y hablar mal de sus
colegas es hablar mal de la gente con la que comparte valores, emociones y un
proyecto común.
9. Modifique
su manera de animar. No se trata de corregir al niño, sino de reforzarlo.
10. No
inculque expectativas falsas a su chaval, como decirle que es un campeón, que
es el mejor y que si se esfuerza podrá llegar donde quiera.
La felicidad de los niños está por encima de todo.
Siéntase siempre satisfecho con lo que haga, gane, pierda o cometa errores.
Felicítele por participar más que por competir. Y recuerde que su hijo hace
deporte para divertirse él, no para que lo haga usted.
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